domingo, 22 de diciembre de 2013

La Republica Dominicana y su pasado.



Leyendo un interesante y quizá un tanto alarmista artículo de Francisco Álvarez Castellanos sobre la alegada intención de la ONU, Francia, Canadá, y Estados Unidos de “haitianizar” a la República Dominicana mediante la fusión de ambas naciones, me llama la atención lo que el veterano periodista afirma acerca de las diferencias culturales y religiosas entre esos países.

“De aquel lado –dice respecto a Haití– se practican ritos aberrantes indignos de un país civilizado. De este lado –Santo Domingo– somos cristianos”.
Aunque en la Bandera Nacional dominicana se destaca la Cruz, símbolo cristiano por excelencia, y en el centro de su Escudo aparece la Biblia abierta con el lema trinitario de “Dios, Patria y Libertad”, no estoy tan seguro de que eso solo sea suficiente para hacer de la República Dominicana una nación cristiana con todas las de la ley.
Diría más: que si en el pasado reciente la República Dominicana era una nación predominantemente católica, la tendencia actual aquí, como en el resto de la impropiamente llamada “América Latina”, es al abandono del catolicismo y a la adopción de la fe de otras confesiones cristianas (pentecostales, bautistas, metodistas, adventistas, etc.) y al ingreso masivo en infinidad de cultos pseudocristianos y pseudofilosóficos (mormonismo, moonismo, rosacrucismo, b’haismo),  cuya presencia e influencia cunde por toda la región como verdolaga por solar baldío.
La afirmación de Álvarez Castellanos de que del otro lado de Haití “somos cristianos”, me ha hecho dar un vistazo en retrospectiva al período de nuestra historia en que el protestantismo hace su entrada a la América de habla hispano-lusitana y su brusco encuentro con el dominante catolicismo español en la región.
Aunque desde el siglo XVI al XVIII hubo alguna discreta presencia protestante en el continente, no sería hasta entrado ya el siglo XX que comenzarían a llegar a él los primeros misioneros evangélicos europeos y norteamericanos.
En efecto, cuando en 1910 se celebra en Edimburgo un encuentro internacional protestante en el que se determinaría el envío de misioneros a diversas regiones del mundo, el nombre de América Latina no se incluye en la agenda de los asuntos que serían tratados allí.

La razón de ello fue que la Iglesia Católica pretendía que la mayoría aplastante de los habitantes del continente eran católicos y por tanto cristianos.

Se concluyó, consecuentemente, que enviar misioneros a evangelizar al continente americano sería casi-casi como “llover sobre mojado” o “llevar yagua al palmar”.
Pero los representantes de Estados Unidos en la reunión europea no estaban tan convencidos de la autenticidad del cristianismo que veían practicar a los latinoamericanos, aunque en modo alguno negaran que éstos en efecto fueran católicos.

Para ellos la mera adherencia externa a ritos religiosos no hacía de una persona un verdaderocristiano, en el sentido esencialmente bíblico del término, y por ello entendían que era necesario enviar misioneros a evangelizar la región.
En 1916, eso es, solo seis años después de la reunión internacional celebrada en  Edimburgo, los misioneros estadounidenses y canadienses que habían participado en ella convocaron a otro encuentro similar en Panamá. Allí se decidió formalmente el envío de misioneros evangélicos a los países de habla hispano-lusitana en América.
Durante los tres primeros decenios del siglo XX el protestantismo no fue recibido con el espíritu de Cristo ni mucho menos por el catolicismo imperante.

Por el contrario, las iglesias de diversas denominaciones evangélicas que se establecieron en nuestra América fueron objeto de fiera persecución por parte del clero católico en contubernio con los poderes seculares. Muchas iglesias fueron atacadas y quemadas y un buen número de sus miembros asesinados.
Aunque tal vez no en la medida que en países como Colombia y México, por ejemplo, la República Dominicana no fue una excepción en ese sentido. Al contrario.

Ya en una época tan temprana como la primera mitad del siglo XVI, por orden expresa del arzobispo de Santo Domingo, fueron quemados en la antigua Plaza de la Catedral (hoy Parque Colón) 300 ejemplares de la antigua versión española de la Biblia hecha por el monje sevillano Casiodoro de Reina, publicada en 1569, y que con el tiempo sería conocida como “la Biblia Protestante”.

Las biblias devoradas por las llamas habían sido confiscadas entre los vecinos de la ciudad de Santo Domingo, que se cree la obtuvieron de hugonotes y otros protestantes que las introdujeron de contrabando por la costa noroeste de la isla.
No fue sino hasta mediados del decenio de 1950 cuando comenzaron a verse los primeros indicios de un cambio significativo entre los dominicanos respecto al protestantismo.

Como ha sido el caso en casi todos los países de nuestra América, en los años subsiguientes hasta hoy el número de iglesias e instituciones educativas de diversas denominaciones evangélicas se han multiplicado considerablemente en la capital y en otras ciudades y pueblos del país.
Pero acerca del carácter auténticamente cristiano del pueblo dominicano, y sin negar en modo alguno la afiliación católica de la mayoría de los isleños, no han faltado escritores y pensadores en general que honradamente lo han puesto en duda o que han hecho serios reparos al respecto.

Un caso curioso es que el propio Juan Pablo Duarte y Diez, fundador de la República Dominicana, aunque bautizado católico, era miembro reconocido de la masonería, institución que tanto en Europa como América era considerada enemiga jurada del catolicismo.

Y lo que en ese sentido se afirma de Duarte se puede también decir de otras figuras proceras de la nación dominicana.
En conclusión, desde 1844, fecha de su fundación, hasta entrado ya el siglo recién inaugurado, es relativamente poco lo que en la historia de la República Dominicana podría señalarse como prueba de la existencia en el país de una práctica consecuente de un auténtico cristianismo, o de una poderosa y decisiva influencia de la fe cristiana en las ideas y en las costumbres del pueblo dominicano.

Este pueblo, por lo menos hasta años muy recientes, ha sido ciertamente religioso, pero en extremo ignorante de lo que constituye la verdadera esencia y los fundamentos genuinos del evangelio de Cristo, da a conocer El Caribe Cdn.

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