Mujeres iraníes exigen azotar y encarcelar a una actriz de su país por dar un beso en público -en la mejilla- al presidente del festival de cine de Cannes (Francia), de 83 años.
Un grupo de universitarias iraníes ha pedido que se flagele en público a la actriz Leila Hatami por haber besado al presidente del festival de Cannes, Gilles Jacob. El casto beso en la mejilla con el que ambos se saludaron el pasado lunes sobre la alfombra roja fue duramente criticado por los retrógrados de la República Islámica.
Varias integrantes de la sección estudiantil de Hezbolá, un grupo ultra vinculado con los Guardias Revolucionarios (Pasdarán), presentaron el pasado jueves una demanda para que se juzgue a Hatami. La protagonista de “Una Separación”, la única película iraní que ha ganado un Oscar, se encuentra en Cannes como parte del jurado de la Palma de Oro, que preside la directora de cine Jane Campion.
“Las signatarias, un grupo estudiantes musulmanas, pedimos a la sección cultural y de medios de comunicación de la fiscalía que procese a Leila Hatami por su pecaminoso acto [besar a un hombre en público] lo que según el artículo 638 [del Código] de Justicia Islámica Penal acarrea pena de cárcel”, señala el texto.
Poco importa que Jacob tenga 83 años y haya declarado que fue él quien besó a Hatami, de 41, viéndola como una representante del cine iraní. Las denunciantes insisten en que la actriz “ha herido los sentimientos de Irán en tanto que nación orgullosa y tierra de mártires”, por lo que también solicitan que “sea azotada, tal como estipula la ley”.
La demanda añade que el comportamiento de Hatami, y su aparición “con ropa ilícita” en público, “fomenta la corrupción”. Por todo lo cual piden entre uno y diez años de cárcel.
Aunque no ha habido indicación oficial de que el caso se haya admitido a trámite, su mero planteamiento alienta la imagen de Irán como una teocracia retrógrada y machista cada vez más desconectada de la realidad.
Sin embargo, en un país donde las iniciativas ciudadanas muy rara vez son espontáneas, el gesto de las universitarias refuerza la percepción de que los grupos ultraconservadores que perdieron la elección presidencial del año pasado ante el moderado Rohaní, han decidido trasladar la batalla política al terreno social y cultural.
Los ataques contra Hatami son un elemento más de la ofensiva ante la posibilidad de que el presidente logre desbloquear el contencioso nuclear que mantiene a Irán marginado de la comunidad internacional.
Esta misma semana, seis jóvenes han pasado tres noches en la cárcel por haber colgado en YouTube un vídeo en el que bailaban al ritmo del tema Happy, de Pharrell Williams. Hace un par de semanas, una manifestación no autorizada de varios cientos de chadoríes (las mujeres que se cubren con el chador, una tela negra que oculta de la cabeza a los pies) recorrió el centro de Teherán ante la mirada impasible de la policía pidiendo mano dura contra aquellas que no oculten el cabello y las formas del cuerpo como manda la ley.
Mientras tanto, otras iraníes, hartas de que la ley las trate como ciudadanas de segunda e incluso estipule cómo deben de vestirse, se están movilizando en Internet para reclamar la libertad de poder mostrar su cabello.
Con 78 millones de habitantes, Irán es un país muy diverso. El creciente atrevimiento de la juventud y el eco que las redes sociales dan a sus iniciativas (ignoradas por los medios convencionales bajo control estatal) están poniendo contra las cuerdas a los guardianes de las esencias que temen que la menor apertura acabe con su poder sobre el cuarto productor de petróleo del mundo.
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